Richterswill es una comuna suiza enclavada en el cantón de Zúrich en la que cada noviembre se celebra un curioso desfile al que llevaba años queriendo ir. Unas veces por estar de viaje, otras por la lluvia, tan común en esta época del año, o por andar digiriendo una sustanciosa fabada, el caso es que no pude verlo hasta el año pasado.
Me consta que los amigos que me llevaron están leyendo la entrada, de modo que aprovecho para darles las gracias y para recordarles que hace demasiado tiempo desde la última fabada, plato suizo donde los haya. También les he robado alguna que otra foto para esta entrada.
El de Richterswill no es el único desfile de estas características en el país helvético, pero sí el más conocido y el que atrae más multitudes. Suele tener lugar el segundo sábado de noviembre.
Al atardecer, con las farolas apagadas para darle más prestancia, se encienden unas velas en el interior de unos nabos que han sido previamente vaciados y decorados con todo tipo de diseños. Se calcula que usan unas treinta toneladas de esta brasicácea, para que os hagáis una idea del tamaño del evento.
Con esas velas tan naturales adornan alféizares, aceras y jardines por todo el pueblo, pero no contentos con ello procesionan unas cuarenta obras realizadas para la ocasión. El desfile comienza a las seis y media de la tarde y dura aproximadamente una hora. Los adultos deben pagar una entrada “voluntaria” de ocho francos para ayudar a sufragar los gastos.
Räbechilbi significa fiesta de los nabos, y las linternas representan la calidez de las casas frente a los duros meses de invierno que se avecinan. Hasta hace pocos años, todo el mundo pensaba que esta fiesta se remontaba a 1850, cuando supuestamente empezaron a iluminar el camino que llevaba a la iglesia, pero el motivo real es que los habitantes solían decorar sus casas con los nabos sobrantes de la cosecha. Hay que aclarar que se utilizan unos nabos muy redondos, con la forma de una calabaza pequeña.
En 1920, las autoridades decidieron aprovechar esta costumbre para organizar una fiesta que ha ido ganando en popularidad hasta atraer verdaderas multitudes. Nosotros aparcamos de milagro en una de las últimas plazas que quedaban libres.
Varios puestos ofrecen comida y bebida a los asistentes, que éramos muy numerosos. Tanto es así, que, terminado el desfile y tras engullir unos pinchitos, decidimos volver a la tranquila y relajada Zug para cenar antes de que se nos pasara la hora. No estamos ya para aguantar largas colas bajo una fina pero persistente lluvia.
Todavía tengo pendiente regresar a Richterswill para hacer fotos durante el día. Está a unos veinte minutos en coche al sur de Zúrich, a orillas del lago del mismo nombre, y supongo que el ambiente habitual no tiene nada que ver con las aglomeraciones de noviembre.